jueves, 12 de febrero de 2009

EL GRAN AVIVAMIENTO COMIENZA EN EL HOGAR

HOGAR

El gran avivamiento comienza en el hogar



Nuestro cambio debe incluir un compromiso diario para darle a la esposa la honra que se merece. El cambio exige que respetemos sus puntos de vista, sus opiniones. Es cambiar el sistema de palabras hirientes o acciones violentas. Esto no es fácil, sobre todo cuando nos hemos acostumbrado a no respetarla.




Por mucho tiempo viví convencido de que el avivamiento era la sensación de alegría, unidad y adoración que incluía momentos de éxtasis y abrazos entre los hermanos y que llegaba a la congregación como producto de la oración y el ayuno. Esas eran mis apreciaciones, pero no eran verdaderas convicciones basadas en un estudio profundo de las Escrituras.
Si declaro que el gran avivamiento no comienza de las rodillas sino en la familia, seguramente provocaré más de un cuestionamiento. Más conflictivo sonaría si declaro que este mover de Dios en mi vida no se inicia en la oración sino en mi corazón. Pero mientras más estudio la Biblia, más me convenzo de la responsabilidad personal que tenemos de volver a tener pasión por cumplir el propósito de Dios.
Existen muchas ideas acerca de qué es un avivamiento, cómo podemos lograrlo y por qué y cuándo lo necesitamos. Algunos creen que ocurre un avivamiento cuando existe un mayor deseo de adorar, alabar y orar o cuando existen más expresiones emocionales en nuestras reuniones congregacionales.
Por supuesto, me uno al llamado a que busquemos un avivamiento. Lo necesitamos. Pero mi consejo es que se investigue bien dónde comienza éste. Para salir de la interrogante quisiera recurrir a relatos bíblicos que describen cómo se generan los avivamientos.
La necesidad de un avivamiento
Un avivamiento es la respuesta humilde y decidida del hombre al llamado de Dios para volver a cumplir de corazón el propósito de Dios, dada nuestra tendencia pecaminosa de vivir ignorando su voluntad.
No hay duda, necesitamos un avivamiento. Necesitamos volver a tener pasión por Dios y su Palabra en vez de depender de ideas, pensamientos, y experiencias personales de bien intencionados siervos de Dios.
Habían pasado los días maravillosos de avivamiento durante el reinado de Josías (2 Re 22.1–23.30). Se había acabado el corto período de reformas espirituales y existían días tenebrosos en el reinado de Joacim (2 Re 23.35–37). En poco tiempo, las deplorables condiciones existentes durante el reinado de Manasés nuevamente se habían hecho presentes en Judá. Habacuc 1.2–4 nos presenta al profeta sorprendido porque Dios no ejecuta su disciplina. Él se preguntaba lo que muchos se preguntan hoy: ¿Por qué Dios no hace algo para detener la corrupción y el pecado? El profeta se llenó de temor cuando Dios le contestó que usaría a los crueles caldeos para ejecutar la disciplina sobre Judá (1.5–11). Entonces, el profeta cuestiona a Dios por utilizar como sus instrumentos de juicio a una nación más pecadora que Judá. Poco antes de la cautividad en Babilonia, los pecados que Josías había combatido habían vuelto a ser parte de la sociedad. Se detuvo la reforma que había estado realizando Josías. Nuevamente volvió la apatía, una vez más el pueblo prefería satisfacer sus gustos y pasiones en vez de someterse a Dios. Los hijos de Dios estaban adormecidos, y en vez de vivir por la fe estaban actuando con el mismo orgullo de aquellos cuya alma no era recta (2.4).
Habacuc entrega un mensaje claro. Dios es el Soberano. Él es quien merece adoración. El profeta exhorta al pueblo a dejar de pecar y aceptar la disciplina porque Dios no es indiferente al pecado. El clamor de Habacuc es: «Señor aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer; en la ira acuérdate de la misericordia» (3.2).
Cuando hay pecado y caminamos fuera del propósito de Dios, él ejecuta su disciplina para que despertemos los adormecidos. No habría necesidad de un avivamiento si no hubiera adormecimiento.
A. El adormecimiento
El letargo es el resultado de un proceso. Por el descuido, la despreocupación, por no nutrirse apropiadamente, la persona va perdiendo la fuerza hasta que se siente aletargada y deja de funcionar normalmente. La persona queda más vulnerable pues sus defensas han descendido y cualquier virus puede afectarle. A una persona adormecida:
1. La dominan sus debilidades.
• Sus pasiones, sus gustos la dominan, es más tolerante con el pecado.
2. Deja de ver la vida como Dios la ve.
• Quiere hacer encajar a Dios en sus planes, en vez de hacer serios esfuerzos por estar en el propósito de Dios.
• Cambia sus prioridades. No ordena su vida conforme a lo que Dios quiere, sino conforme a sus propios deseos. Pone en primer lugar lo que más le gusta y le apasiona, no necesariamente lo que es mejor y lo que Dios quiere.
3. Se convierte en religiosa.
La persona deja de tomar a Dios en serio. Está contenta con un Salvador, pero en la práctica no lo tiene como Señor, es decir, no es su máxima autoridad.
• Rutina en vez de desafíos. Su vida se desarrolla en medio de la rutina. Asiste al templo sin un desafío mayor. Participa de la cena del Señor sin arrepentirse genuinamente. Lee la Biblia como leyera el horóscopo y no como la única regla de fe y conducta.
• Exhibición en vez de adoración. La persona ora para impresionar. Ora porque le toca el turno de orar. Se presentan espectáculos eclesiásticos en vez de adoración proveniente de corazones limpios.
• Obligación en vez de devoción. La persona asiste para quedar bien. Ofrenda porque lo manipulan. Cumple con una responsabilidad porque lleva un título.
Ese estado anormal nos debe mover a pedirle a Dios que Él avive a su pueblo a vivir por la fe, y a anhelar con pasión vivir en el propósito de Dios. Esto hace que Dios nos envíe a sus profetas para que recordemos el amor que Él nos tiene, su bendición para quien se arrepienta, y el juicio y la destrucción para quien se rebele.
Tristemente los ciclos que vivimos en el siglo XXI no son diferentes de los que vivía el pueblo de Dios antes del cautiverio babilónico. Cuando había adormecimiento, la palabra profética anunciaba juicio para la desobediencia y bendición para quien prefiriera el arrepentimiento. Entonces, llegaba el avivamiento.
B. El avivamiento
Así como el adormecimiento es resultado de un proceso, también el avivamiento lo es:
1. Reconocimiento de la situación caótica
En la historia bíblica notamos que en las temporadas de desobediencia todos los sectores de la sociedad se veían afectados y toda la nación sufría las consecuencias. Pero, sólo unos pocos reconocían ese estado y lo presentaban ante Dios.
2. Predicación relevante de la Palabra
Dios nos envía a predicar un mensaje que no puede ser cambiado: el juicio de Dios para el desobediente, bendición y avivamiento para el obediente. La declaración profética anunciaba el perdón y el juicio.
3. Humillación
Dios le declaró a Salomón (2 Cro 7.14) que cuando Su juicio cayera sobre la nación, su respuesta debía ser solamente una: la humillación. Eso es exactamente lo que debemos hacer si queremos tener un gran avivamiento en la iglesia de hoy. Humillarse es admitir nuestras debilidades en forma específica, es reconocer que necesitamos ayuda, es bajar nuestras defensas, dejar nuestro orgullo.
4. Consagración
Es separarse con un propósito santo. Es querer conocer mejor la voluntad de Dios. Es buscar los medios de gracia y relacionarse con la Fuente de Poder.
5. Cambio
Después de reconocer nuestra falta y buscar a Dios como fuente de poder, es imprescindible la determinación de realizar cambios y así revertir el proceso.
Quiero detenerme para confirmar la declaración que hice al inicio: El avivamiento comienza en el corazón y no con la oración. Para humillarnos debemos admitir con toda sinceridad cuáles son nuestras áreas de debilidad. Admita su debilidad, pero para ello debe hacer una seria evaluación. Espero que Dios lo motive a usted a hacerlo al leer este artículo.
C. Mi adormecimiento
Por muchos años fui fuerte en la predicación, en mi servicio, en mi dedicación a la obra, pero mi más grande y terrible área de debilidad estaba allí guardada en lo profundo de mi corazón. No era sólo yo quien tenía conocimiento de ella, también mi esposa…y mi Dios.
Participaba con dedicación en todas las reuniones de oración, lloraba con sensibilidad, alababa con alegría y entusiasmo y adoraba con gran emoción. Podía levantar manos con devoción y casi volar con cara de santo en medio de la congregación; y juzgando sólo por la apariencia, muchos deben haber llegado a pensar que yo era una persona avivada. Sin embargo, en mi casa había quedado mi esposa, herida e ignorada por un marido sobre involucrado en la obra y con complejo de redentor del mundo. Pero Dios tiene maravillosas formas para enseñarnos.
D. Mi avivamiento
La más grande lección sobre el verdadero avivamiento la aprendí cuando vivíamos lo que parecía, pero no era, un avivamiento. En una temporada de lágrimas, de renovación de la himnología, de oraciones en la montaña y horas de vigilia en medio de abrazos con todos los hermanos, había algo que estaba ausente. Yo era un excelente ministro, pero un mal esposo. La iglesia era mi refugio, sobre todo después de las peleas con mi esposa, a quien muchas veces califiqué de poco espiritual porque reaccionaba confrontándome al luchar con su gran rival, la iglesia. Ella, preocupada por sus cuatro hijos y sin recibir el apoyo de su esposo, no podía, ni debía aceptar que la iglesia le robara a su marido.
En una ocasión, después de una discusión con mi esposa me fui a mi refugio, mi iglesia. Había una de esas reuniones muy emocionantes. Durante la reunión se me ocurrió doblar las rodillas y me puse a leer la Biblia: «Vosotros maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.» (1 Pe 3.7) Este pasaje verdaderamente traspasó mi alma. Me decía: «David, debes vivir con ella.» No vivía con ella. Vivía en la iglesia. «Si tú no comes con ella, no paseas con ella, no haces planes con ella, si no te diviertes con ella, si no oras con ella, si sólo duermes con ella y tienes relaciones sexuales con ella, no vives con ella». El versículo continúa. Dice que debemos vivir «sabiamente». No había escapatoria. «David, tienes que vivir con Nancy sabiamente».
La espada seguía enterrándose lentamente en mi corazón «avivado». Vivir «sabiamente» es dar honor a la esposa. No hay otra opción. Debemos darle el respeto y la honra que se merece a la mujer más importante del mundo. ¿Sabía usted que no existe otra persona más importante en este mundo que su cónyuge? Después de darle a Dios la honra que Él merece, el mayor respeto no debe ser para las hermanas de la iglesia que nos admiran (¡claro!, ¡es que no viven con uno!), debe ser para nuestro cónyuge. No honramos a nuestra esposa cuando las opiniones de otras personas son más importantes que las de ella. No la honramos cuando con la misma boca que alabamos a Dios o predicamos Su Palabra la insultamos o la herimos con palabras corrompidas, y peor aun, cuando utilizamos las mismas manos que hemos levantado a Dios para la violencia doméstica. No vive con sabiduría quien trata a su esposa como si fuera otro hombre. Ella es el vaso más frágil. Ella merece nuestra ternura, nuestro romanticismo. Ella debe ser tratada con cariño y respeto, especialmente en nuestras relaciones íntimas. La deshonramos cuando la utilizamos como un instrumento de satisfacción de nuestras necesidades. Vivir con sabiduría significa que debemos comprender cuáles son sus necesidades físicas, emocionales y espirituales porque ella no es un ser inferior sino «coheredera de la gracia de la vida».
Mi segunda afirmación declara que el avivamiento no comienza de rodillas sino en la familia. Podemos tener los mejores cultos de oración y los más emocionantes cultos de alabanza, pero lamentablemente puede existir un estorbo para que mi consagración sea aceptada por Dios. Una de las puñaladas más fuertes que recibí de la Palabra de Dios fue cuando entendí que Pedro me decía: «David, si no vives con tu esposa con sabiduría, entendiendo y satisfaciendo sus necesidades, y si no la tratas con respeto y amor, tus oraciones no pasarán del techo del templo.» El Espíritu de Dios me recordó los siguientes impactantes versículos: «Si alguno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano, el tal es un mentiroso.» (1 Jn 4.20) Y, «Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas.» (Col 3.19) Sin embargo, el Espíritu de Dios todavía no terminaba con el orgullo de este «pastor avivado». No sé cuánto tiempo pasé orando mientras todos cantaban emocionados. Una puñalada más traspasó mi corazón: «Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.» (Mt. 5.22–24).
¿Qué cree que fui motivado a hacer? Lo mismo que le pido que haga usted si quiere ser parte de un gran avivamiento (2 Cr 7.14).
1. Humillación:
«Si se humillare mi pueblo…»
Tuve que reconocer que como esposo no estaba viviendo con sabiduría. Tuve que reconocer las áreas de mi debilidad: No dedicar tiempo a pasear con mi esposa, no apoyarla en los quehaceres domésticos, escuchar a todas las hermanas de la iglesia pero no a ella, tener relaciones sexuales pensando en mi satisfacción en vez de pensar en ella, ser un buen proveedor para las necesidades físicas pero ignorar sus necesidades emocionales y espirituales, dedicar poco tiempo a los hijos y mucho tiempo al templo.
2. Consagración:
«... y oraren, y buscaren mi rostro...»
Tuve que declararle a Dios, sin justificarme, cuáles eran mis faltas, para buscar perdón de mis pecados de incomprensión y falta de respeto. Yo había estado haciendo todo lo contrario de lo que pide el apóstol Pedro. En mi confesión me comunico con Dios sobre mi pecado. Santiago nos aconseja a nosotros, los ofensores, que busquemos el perdón para que la relación vuelva a ser saludable (Stg 5.16). Entonces, mi confesión debía incluir a mi esposa para sanar la relación conyugal y no tener nada que me impidiera acercarme y presentar mi ofrenda a Dios.
3. Cambio:
«... y se convirtieren de sus malos caminos…»
Es convertirse en otro. Es hacer lo opuesto de lo que estábamos haciendo y vivir con la esposa sabiamente. Es poner en la agenda tiempo con la familia, no sólo para comer juntos sino para pasear juntos, planear la vida juntos, tomar vacaciones juntas, adorar juntos, y todo realizarlo con sabiduría.
Nuestro cambio debe incluir un compromiso diario para darle a la esposa la honra que se merece. El cambio exige que respetemos sus puntos de vista, sus opiniones. Es cambiar el sistema de palabras hirientes o acciones violentas. Esto no es fácil, sobre todo cuando nos hemos acostumbrado a no respetarla.
El cambio incluye que tengamos relaciones íntimas con honra. Hebreos 13.14 nos exhorta a que la relación sexual esté libre de impurezas y que el matrimonio y la relación íntima sea tenida en la más alta honra. En la relación sexual es donde más se necesita abandonar el egoísmo y nuestra sola satisfacción. Dios diseñó a la mujer de tal forma que ella necesita las caricias y ternura de un hombre amoroso para sentirse unida no sólo física sino emocionalmente a su marido. Por eso el apóstol Pedro nos ordena tratarla con dignidad y respeto como a vaso frágil, como coherederas de la gracia de la vida.
Uno de los grandes impedimentos para relacionarnos saludablemente con Dios es la relación conyugal enfermiza. Dios no acepta nuestra devoción cuando en nuestro matrimonio tenemos una mala relación. El gran avivamiento no comenzará al tener buenas oraciones y ayunos formales, pues no comienza en las reuniones emocionales sino en el reconocimiento de nuestras faltas, la confesión de nuestros pecados y en el cambio de comportamiento que nos permita tener relaciones conyugales saludables.

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